sábado, 18 de abril de 2009

Cómprame un tambor de seda


Es Viernes Santo y es de noche. Por un momento Montenegro del Prado está en silencio y sus calles se han quedado desiertas. Es un instante sólo, antes de que todos salgan a la procesión.

Toda la gente se ha recogido en sus casas, los nazarenos a vestirse de nazarenos, las manolas a vestirse de manolas, los armaos a vestirse de armaos, los que van a ver la procesión a comerse unas empanaicas del Cristo para tomar fuerzas. Laura Lencina está nerviosa de tanto ajetreo, de tanta imagen doliente. Sus ojos de ciudad se llenan de este trajín de pueblo en Semana Santa, de este tránsito loco entre los bares llenos, los tumultos de gente reidora y el silencio roto por el trágico toque de los tambores en las procesiones.

Laura se ha puesto en la primera fila de la calle de la Feria. Pasa delante suyo Jesús Prendido y su corazón se aprieta, que no, que no le apresen que es bueno, le siguen los tambores y se le corta la respiración: tan, tan, tarratán, tan, tarratán, tan, tarratán. Se imagina que es ella la que toca. Se ve a si misma al mando de una banda de niños que se acercan con palos, piedras y hondas al huerto de Getsemaní, para que el plan de Judas no se cumpla y no capturen a este manso Jesús que quiere que su suerte se cumpla. Lo salvaremos, piensa Laura. "Amigos vamos a impedir que estos romanos cometan la terrible injusticia".


Su tía pone su mano sobre la cabeza de Laura que se ha quedado absorta mientras siente un alfiler en el pecho cuando pasa el Cristo Amarrado a la Columna y ve sus ojos infinitos y sufrientes y la fiereza de los torturadores que lo azotan, que no, que no, que no lo azoten, que está sangrando ya y es bueno. Detrás pasan los armaos con las trompetas tito, taratito, tatara ta ta ta, tatatatá tatatá y los tambores tan, tan, tarratán, tarratán, tan tan tan tan.

Corre entonces esta Laura de Judea por las calles con su banda de niños que quieren salvar al Nazareno, suben por la Calle Canalejas, hasta la calle Pósito, tienen que llegar al Rollo para reunirse con los niños que han llegado de los suburbios, partirán al jardín del Caracol y ella se subirá al banco de azulejos para decirles que no pueden dejar que esta infamia se cumpla, que los niños del siglo 21 pueden detener que un año más crucifiquen a Jesús, que se siga condenando a los inocentes, que hay que hacer la revolución.

  • Silencio -grita - dejad ya de chillar, silencio que tengo que hablaros. Los niños podemos cambiar al mundo.

Los ánimos están caldeados y este tropel infantil con bolsas de caramelos para tirar a los armaos no alcanzan a escuchar a Laura Lencina de Judea.

Siente que los ojos se le llenan de lágrimas y entonces se le ocurre que necesita un tambor. "Mamá cómprame un tambor de seda". No sabe si lo dice o lo piensa.

A la mañana siguiente mientras desayuna hace su petición

  • Mamá quiero un tambor de seda, que suene como un trueno en la tarde
  • ¿Por qué de seda?
  • Porque no quiero que esté hecho con la piel de ningún animal, porque no quiero la muerte
  • ¿Y para que lo quieres?
  • Para salir por todas las calles de Montenegro y cuando los niños salgan de sus casas pedirles que me sigan para irnos a la Iglesia de El salvador a liberar la imagen del Cristo Crucificado.
  • ¿Y que hareis con la imagen?
  • Nada mamá hacer lo de esa canción, quitarles los clavos a ese Jesús del madero y subirlo de nuevo al burrito del Domingo de Ramos.
  • Pero Laura, si eso ya pasó. Ahora vivimos en otro mundo, en otra historia.
  • Mamá ¿Y no podemos los niños cambiar la historia?
La madre de Laura sólo pudo sonreir e imaginarse a su hija ya mayor arengando a los estudiantes de la Universidad, a esta niña de melena corta hecha una mujer valiente y el orgullo le llenó el pecho de un aire tibio, como el de la tarde de la primavera de Montenegro.

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