domingo, 29 de marzo de 2009

Chévere Bolívar y sus amigas quieren ser escritoras


Esta noche Laura querida voy a contarte el cuento de una niña venezolana que conocí hace unos años: se llamaba Chévere Bolívar. Y eso, no vayas a creer, le traía muchas bromas de sus amigos ¿Por qué? Porque en Venezuela cuando una cosa es estupenda o te gusta mucho se dice: ¡Qué chévere! Eso debió ser lo que pensaron los padres de Chévere Bolívar cuando ella nació, que era muy chévere que llegara a sus vidas.

En el colegío sus amigos le preguntaban "¿Cómo estás Chévere?" y ella respondía "chévere!" y sus amigos se reían, pero no vayas a creer que se reían de ella. ¡no! se reían con ella. Eso es muy diferente y hay que saber distinguirlo en la vida.

Chévere tenía dos amigas, muuuuy amigas. Una se llamaba Sorlinda, la otra Yolia. Sorlinda tenía los ojos redondos y brillantes y miraba como un ratoncito expectante, Yolia tenía un largo cabello negro y ondulado. Las tres jugaban, hablaban y reían en la Plaza Miranda de su pueblo. La historia que voy a contarte la escuché cuando ellas estaban iniciando la campaña ¡Defendamos la naturaleza! Con su profesor Marco Antonio habían construido un hermoso espantapájaros para defender a los nísperos de la plaza de los pájaros y a los pájaros de los muchachos que les disparaban con sus escopetas de perdigones y a los muchachos cazadores de sus instintos depredadores.


El día que las escuché, estaban hablando de las cosas que les gustaban y las cosas que sabían que les iban a gustar. Las niñas y las mujeres tenéis ese poder, ya sabéis lo que os va a gustar cuando llegue la hora que os guste ¿Que no me entiendes? Bueno, ya me entenderás cuando seas un poco mayor. Y como eran tan parecidas, las tres querían ser escritoras cuando fueran mayores.

Por eso Chévere le había pedido a su abuelo que le regalara un libro de secretos para el día de su cumpleaños
- ¿Qué es un libro de secretos? -le preguntó el abuelo
- Pues un libro donde vengan secretos que no sepa nadie -le respondió ella como diciendo, abuelo vaya pregunta mas tonta, si los secretos los sabe alguien ya no son secretos.

El abuelo averiguó y así supo que se trataba de un diario de vida, de esos que tienen llave y candado y donde escribimos los secretos del alma, nuestros sentimientos mas preciados, lo que sólo confesaríamos a una o dos personas, nuestro mundo interior.

Me he ido del cuento, sí, sí, vuelvo a la historia: las tres querían ser escritoras, pero tenían razones distintas:

- Yo escribiré cuentos y novelas para que otros niños puedan viajar a lugares de fantasía. Pensaré en ellos y les regalaré historias que saldrán de mi cabeza para que se diviertan y sientan misterio y vuelen con el pensamiento - dijo Sorlinda.


- Yo voy a escribir poesía, versos con rima, canciones muy sentimentales para que la gente las recite y las repita y todo tenga ritmo al hablar, como si fuera un baile. Y también escribiré historietas con dibujos pero los diálogos en vez de salir de una burbuja, saldrán de un corazón -dijo Yolia y las tres se rieron imaginando burbujas con forma de corazón.
- Yo escribiré para cambiar Venezuela, para cambiar el mundo -dijo muy convencida Chévere
- ¿Cóoomo? -dijeron al unísono sus amigas -¿Cómo vas a cambiar el muno escribiendo?
- Bueno no lo sé aún, pero lo descubriré. Yo lo que sé es que quiero cambiar al mundo para que todos seamos más felices.

Y tras ello las niñas siguieron en sus juegos, saltaron a la comba, se subieron a un tobogán, peinaron al perro Pluto II que dormía su peluda siesta en la plaza, hasta que se fue haciendo tarde y regresaron a su casa por el camino junto al mar, el de las farolas de tres brazos como tres lunas llenas.

En la noche cuando la madre de Chévere se sentó junto a ella para leerle el cuento de despedida del día, Chévere le preguntó

- Mamí ¿Cómo se puede cambiar al mundo escribiendo? Eso debe ser difícil, ¿Verdad?
- No creas, al mundo siempre lo ha cambiado el pensamiento y los libros y las conversaciones...
- ¿Si? Me das una alegría -le dijo Chévere y le contó la conversación con sus amigas.
- Por ejemplo -siguió su mami -imagínate que escribes este cuento -y empezó a contarle:


"Jacinto caminaba por la calle y en el portal vio a una mujer llorando - ¿Por qué llora, señora? -le preguntó - Por nada que tú puedas ayudarme. - Usted no sabe señora, yo puedo ir a donde necesita, tengo piernas ágiles, puedo pedir ayuda, tengo voz y palabras, puedo quedarme con usted y estar callado a su lado, tengo sentimientos, puedo prestarle una manta, un libro, traerle un bocadillo, he aprendido a compartir... La mujer levantó la cabeza, lo miró y sonrió.
- Entonces, quédate conmigo y dame la mano -le dijo la mujer.
Jacinto sintió que el corazón se le hacía grande. La mujer sintió el suyo acompañado. Por detrás del araguaney de hojas amarillas empezó a salir la luna"


- ¿Por qué dirías tú que ese cuento podría contribuir a cambiar el mundo Cheverita? -pregunto la mami.
- Porque...porque...porque nos haría mas amables con las personas, porque habla de amor, porque nos hace pensar que podríamos hacer las cosas de otra forma -dijo Chévere con visible emoción
- Asi es cariño, asi es. Puedes ser una escritora que cambie el mundo. ¡Y ahora a dormir, que mañana hay colegio!
- Mamí...
- ¿Qué?
- Tú si que eres chévere.

domingo, 15 de marzo de 2009

Lauraé y el pudú sabio

No puedo decir mi nombre. Es una antigua regla de quienes somos espíritus. Es decir de quienes ya no habitamos en el mundo de los vivos. Han de transcurrir 500 años muertos para poder revelar la identidad. Yo aún no los cumplo.


¿Qué es lo que sí puedo decir, entonces?

Que habito en la isla Grande de Chiloé, que supongo todos saben que está al Sur de Chile.

Que llegué aquí por primera vez en 1.558 en la expedición de Juan Fernández Ladrillero ¡Qué tiempos aquellos!

Que ya siendo ánima o espíritu gravitante gané el concurso de espíritus protectores en su categoría de “vigilante de la guarda A” y me asignaron el archipiélago de Chiloé.

Que aquí paso los días recordando aquel momento en que llegamos y pusimos a esta tierra el nombre de “Nueva Galicia” porque nos recordaba a esa tierra mágica que es Galicia con sus bellos bosques, sus costas, sus ríos…y además de pensar y pensar, observo a una tataratataratataranieta que el destino me dio en estas tierras. Ella se llama Laura Violeta Velquén que en Huilliche significa “ser fresco”, pero también “lagartija de mar”.


Mi tarea principal como espíritu protector es escribir cuentos, porque en estos tiempos de prisa, las madres ya no saben inventarse cuentos, ni casi los abuelos y las abuelas. Así es que yo los escribo y cuando encuentro a alguno de estos seres modernos haciéndose el interesante porque van a contar un cuento a una niña o un niño les soplo en el oído alguna historia que tenga alguna gracia y un poco de cultura y algún valor a seguir y algo de fantasía, en fin, ustedes saben, los ingredientes que debe llevar un cuento.


Les confesaré, sin embargo, que este cuento que les cuento es el que menos me ha costado escribir ¿Por qué? Porque es la copia fiel de una conversación que tuvo mi tataratataratataranieta Laurita Velquén con su pudú, el día antes de cumplir 6 años. Ella, no el pudú.


¿Qué es un pudú? ¡Por la bendita energía protectora! ¿Cómo no saben? Es un venadito, un cervatillo que nunca crece. Mírenlo en este dibujo.


El pudú de Laurita también está bajo mi protección. Se llama Venjamín, no Benjamín, sino Venjamín, que significa el “pequeño sabio”.


Ya no me enrollo más. Esto es lo que oí:

- Hoy he decidido que todos los nombres de las cosas deberían terminar en “é” –dijo de pronto Venjamín

- ¡Vaya tontería! ¿Y por qué? –le increpó Laurita

- Pues porque así todo lo que hablásemos parecería verso. Tendría un sonido permanente. Ayudaría a dormir mejor

- Uhmmm, no sé. ¿Te gustaría llamarte Venjaminé?

- No me importaría… la verdad. Ni ser un pudué. Y sería bonito llamarte Lauraé.

- No me convences –dijo Laurita poniéndose una mano en la cadera como su abuela - ¿Por qué en é?

-Como nuestra tierra: Chiloé. Todos somos hijos de la tierra. Ella nos da sustento, cobijo paz

-Según esa teoría si hubiésemos nacido en…por ejemplo…en Madrid. Todos los nombres deberían terminar en “d” y ya me dirás tú como sería llamarse Venjamind. Terminarían llamándote Venjamaind o Venjaminz.

-Pero es que nosotros somos de Chiloé ¿Por qué preocuparse de lo ajeno? Además en Madrid no hay pudúes. Deberías saberlo.

-Deberías…deberías ¡Ay, cómo estás hoy de mandoncito! Mira, mi pequeño pudú, yo a veces no sé de donde soy. Podría ser de cualquier parte, del mar, de las montañas.

-Pero eres de Chiloé. Ya te darás cuenta. Los seres vivos somos de alguna parte. Venimos a hacer algo en algún sitio. No es casualidad.

-¿Y no podemos ser del lugar que queremos ser? –preguntó Laura Violeta


Por un momento el pudú Venjamín se quedó pensando. La pregunta de su amiga era buena. Miró hacia las aves que sobrevolaban el acantilado y luego clavó sus ojos redondos y buenos en los bellos ojos de Laurita Velquén


- Sí, eso también es cierto, pero ¿No crees que cada uno de nosotros quiere ser de los lugares que ama? ¿Acaso no amas tú esta tierra, tu casa, tu familia, este olor que hay por las mañanas? Un día escuché en la radio de tu madre una canción que decía: Uno siempre vuelve a los viejos sitios donde amó la vida.

-¿Y qué pasaría Venja si yo amase más de un sitio?

- Que deberías…perdón borra el deberías…que serías de varios sitios. Necesitarías un corazón más grande, más serenidad para que en ese corazón todos viviesen juntos.


- Entonces es posible que yo llegue a ser Laura Corazón Grande

- Es bonito. Ahora bien para amar las cosas hay que conocerlas. Sólo amamos lo que conocemos, aunque tengamos fantasías por lo desconocido ¿Sabes por qué nuestra isla se llama Chiloé?

- No, supongo que porque sí

- Pues, no señorita, las cosas tienen sus orígenes y es importante buscarlos, conocerlos.

- Bueno, sabiondo, cuéntame. Ya se que quieres demostrarme que sabes mucho.

- Me llaman “pequeño sabio”.

- ¿Y qué? Yo soy lista, que a la larga puede ser más interesante y menos latero. Pero estoy dispuesta a que me cuentes. Dime

- La isla se llamaba chillwe en el idioma mapudungun y cuando llegaron los españoles empezaron a llamarle chilhué, porque eran bastante duros de oído y de ahí fue convirtiéndose de generación en generación en Chiloé. ¡Eso es! –exclamó satisfecho el pudú.

- ¡Pues vaya rollo! No me aclaras nada ¿Qué significa chillwe o chilhué?

- En el idioma de los mapuches significa “lugar de chelles”

- ¿Y que son los chelles? ¡Ay Venjamín, hijo, que difícil que hablas!

- Los chelles son los gaviotines. Mira ese que vuela sobre la roca grande. El de la cabeza negra.

- ¡Aaaahh! Entonces la isla se llamaba así porque estaba llena de gaviotines.

- Sí y también había muchos zorros chilotes y lobos marinos y toninas y esos caballos que se llaman mampatos y estaban tambien mis tatarabuelos pudúes.

- ¡Cuánto sabes Venja! Te lo digo en serio. Eres un poco pedante pero da gusto estar contigo.


Venjamín se sonrojó cuando Laura Violeta le dijo esto y acercó su mejilla a su cabeza


- Y puedo contarte la historia de la Pincoya, la Princesa de los Mares de la Isla Grande de Chiloé ¿La sabes?.

- No, Venja, pero es que tengo que ir a mi casa a hacer los deberes del cole. Es muy importante hacer los deberes y tengo que colorear este dibujo. ¿Me lo cuentas esta semana cuando volvamos a vernos?

- Bueno, sí. Hacer los deberes es muy importante para saber mucho de mayor ¿Puedo pedirte una cosa antes que te vayas?

- ¡Claro Venja! Para eso eres mi amigo

- Déjame llamarte por unos días Lauraé

- Bueeeeno

-Y mira te he compuesto estos versos para tu cumpleaños:


Al despertarme pienso en Lauraé

Durante el día espero a Lauraé

Ya por la tarde me encuentro a Lauraé

Llega la noche y sueño en Lauraé

¡Que suerte tengo que existas, Lauraé!

6 años cumples, ¡500 te esperé!

Seré por siempre tu amigo el pudué.

¡Que cumplas muchos, princesa de la “é”!


Laura Violeta Velquén se abrazó a su cervatillo y se fue corriendo para contarle a su mamá, aunque sin darse cuenta al pensar en ella musitó "mamaé"

sábado, 7 de marzo de 2009

Aranchita Soriano y las estrellas

Aranchita tenía los ojos grandes, la mirada suave y reidora. Digo esto porque de lo contrario será difícil entender de quien hablamos. Aranchita Soriano nació en Madrid, la capital de un antiguo reino que se llama España. Sus padres no eran los reyes, ni siquiera nobles de la corte, pero eso no evitó que ella fuera princesa y que con el tiempo fuera madre de otra princesa. Los cuentos no siguen la lógica de las genealogías. ¡Vaya palabra: genealogía!

¿Qué significa? Algo así como la raíz de los genes, es decir: los orígenes de las personas, como las raíces explican el origen de los árboles, llegan a la semilla primera, a ese punto diminuto desde el que la vida surge. Te estarás preguntando cuál es tu raíz, cuál tu semilla. Por supuesto, tú querida lectora vienes de tu madre y de tu padre, vienes de un abrazo muy hermoso, y ellos de sus padres y ellos de sus padres y así como un collar de cuentas hasta un momento en que seguramente hay una estrella que con su luz trajo otras estrellas al firmamento.


Y cuento esto porque Aranchita Soriano siempre fue sabia detrás de su sonrisa, pero por alguna razón que nunca entenderemos ella no se consideraba sabia, no sabía (mira que juego de palabras sabia y sabía, sólo las diferencia un acento pero son tan distintas….) no sabía que tenía el don de conocer la esencia de las cosas. Como el principito, era capaz de ver lo invisible.

Cerraba sus ojos grandes como ensimismada, respiraba hondo, se quedaba quieta y reconocía lo invisible. Le gustaban los parques y las flores. Las olía, acariciaba sus pétalos de colores mientras iba creciendo y creciendo para hacerse una mujer.

Un día iba de la mano con su padre y su madre por un jardín de Madrid y él le preguntó:

- ¿Has pensado que vas a ser de mayor?
- Bueno…si –dijo ella, entrecortada
- ¿Y que vas a ser? –volvió a preguntarle su papá
- Es que… -Aranchita se demoraba como si no quisiera decirlo
- ¿Enfermera, médica, abogada de los pobres, nadadora, bombera? –le fue preguntado el padre, lleno de curiosidad.
- No, quiero ser miradora de estrellas –dijo al fin Aranchita
- ¿Miradora de estrellas? –preguntó sorprendido su padre – ¿Y en que consiste eso?
- Pues en estar atenta cuando desamanece por las tardes, cuando el sol deja su color y el cielo se pone moradito y tras eso aparecen las luces de las estrellas y parpadean como un telégrafo del firmamento y nos envían señales para que entendamos.
- Claro –dijo su madre, Sarabel la bella – Ella va a ser traductora de señales del cielo, nos va a ir traduciendo lo que nos dicen del universo, para que nosotros sepamos.


Aranchita Soriano sonrió al ver que su madre entendía y volvió a sus juegos, al camino, las piedras, las flores, las fuentes, el agua, las golondrinas, a su mundo de pájaros y brillos.

El padre se quedó pensativo y le dio vueltas y vueltas a aquella frase. Años, se pasó dándole vueltas. Hasta que mucho mas tarde entendió que su hija le quiso decir que iba ser observadora del milagro diario de las luces, para así entender la realidad de las sombras.

Pero si volvemos a aquel día, debo decirte, niña que me lees, que el padre de Aranchita le leyó por la noche un cuento como solía hacer y ella se fue durmiendo hasta quedarse con esa sonrisa que se dibuja en la cara en el instante de llegar a un sueño plácido.

Entonces él se acercó a su mejilla y la besó y en ese momento brillaron dos estrellas en los ojos de la niña que decían “te quiero” y también en ese momento brillaron dos estrellas en los ojos de su padre que repetía muy bajito: miradora de estrellas, ¡Qué bonita profesión!, mi niña miradora de estrellas…