sábado, 7 de marzo de 2009

Aranchita Soriano y las estrellas

Aranchita tenía los ojos grandes, la mirada suave y reidora. Digo esto porque de lo contrario será difícil entender de quien hablamos. Aranchita Soriano nació en Madrid, la capital de un antiguo reino que se llama España. Sus padres no eran los reyes, ni siquiera nobles de la corte, pero eso no evitó que ella fuera princesa y que con el tiempo fuera madre de otra princesa. Los cuentos no siguen la lógica de las genealogías. ¡Vaya palabra: genealogía!

¿Qué significa? Algo así como la raíz de los genes, es decir: los orígenes de las personas, como las raíces explican el origen de los árboles, llegan a la semilla primera, a ese punto diminuto desde el que la vida surge. Te estarás preguntando cuál es tu raíz, cuál tu semilla. Por supuesto, tú querida lectora vienes de tu madre y de tu padre, vienes de un abrazo muy hermoso, y ellos de sus padres y ellos de sus padres y así como un collar de cuentas hasta un momento en que seguramente hay una estrella que con su luz trajo otras estrellas al firmamento.


Y cuento esto porque Aranchita Soriano siempre fue sabia detrás de su sonrisa, pero por alguna razón que nunca entenderemos ella no se consideraba sabia, no sabía (mira que juego de palabras sabia y sabía, sólo las diferencia un acento pero son tan distintas….) no sabía que tenía el don de conocer la esencia de las cosas. Como el principito, era capaz de ver lo invisible.

Cerraba sus ojos grandes como ensimismada, respiraba hondo, se quedaba quieta y reconocía lo invisible. Le gustaban los parques y las flores. Las olía, acariciaba sus pétalos de colores mientras iba creciendo y creciendo para hacerse una mujer.

Un día iba de la mano con su padre y su madre por un jardín de Madrid y él le preguntó:

- ¿Has pensado que vas a ser de mayor?
- Bueno…si –dijo ella, entrecortada
- ¿Y que vas a ser? –volvió a preguntarle su papá
- Es que… -Aranchita se demoraba como si no quisiera decirlo
- ¿Enfermera, médica, abogada de los pobres, nadadora, bombera? –le fue preguntado el padre, lleno de curiosidad.
- No, quiero ser miradora de estrellas –dijo al fin Aranchita
- ¿Miradora de estrellas? –preguntó sorprendido su padre – ¿Y en que consiste eso?
- Pues en estar atenta cuando desamanece por las tardes, cuando el sol deja su color y el cielo se pone moradito y tras eso aparecen las luces de las estrellas y parpadean como un telégrafo del firmamento y nos envían señales para que entendamos.
- Claro –dijo su madre, Sarabel la bella – Ella va a ser traductora de señales del cielo, nos va a ir traduciendo lo que nos dicen del universo, para que nosotros sepamos.


Aranchita Soriano sonrió al ver que su madre entendía y volvió a sus juegos, al camino, las piedras, las flores, las fuentes, el agua, las golondrinas, a su mundo de pájaros y brillos.

El padre se quedó pensativo y le dio vueltas y vueltas a aquella frase. Años, se pasó dándole vueltas. Hasta que mucho mas tarde entendió que su hija le quiso decir que iba ser observadora del milagro diario de las luces, para así entender la realidad de las sombras.

Pero si volvemos a aquel día, debo decirte, niña que me lees, que el padre de Aranchita le leyó por la noche un cuento como solía hacer y ella se fue durmiendo hasta quedarse con esa sonrisa que se dibuja en la cara en el instante de llegar a un sueño plácido.

Entonces él se acercó a su mejilla y la besó y en ese momento brillaron dos estrellas en los ojos de la niña que decían “te quiero” y también en ese momento brillaron dos estrellas en los ojos de su padre que repetía muy bajito: miradora de estrellas, ¡Qué bonita profesión!, mi niña miradora de estrellas…

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