domingo, 20 de septiembre de 2009

El encanto de la laguna


Laura Cuicocha vivía en un pequeño pueblo de Ecuador rodeada de árboles, volcanes y arroyos, del olor de laureles y yerbas de la fronda. Por las tardes los niños jugaban cerca del lago que tenía una isla en medio de sus aguas.



Sus padres no los dejaban nadar porque el lago estaba encantado y en las orillas de la isla interior sus aguas eran calientes y aparecían en su superficie las burbujas de un volcán adormecido.

El lago también se llamaba Cuicocha como su apellido y el de muchas otras de las familias que vivían allí desde siglos. El nombre provenía de la palabra cuye, porque decían que la isla estaba llena de cuyes que hacían sus madrigueras hasta taladrar el suelo completo y llegar hasta el cráter del volcán sumergido.


Por si no lo sabes, los cuyes son pequeños mamíferos roedores, también se les llama cuis, cobayos, cobayas, conejillos de indias, algunos dicen que son parientes de los conejos, otros de los ratones, son rápidos, sociables, viven en manadas, guiñan los ojos a las niñas bonitas como tú, saben oler el peligro, les gusta jugar ¿Qué más puedo decirte?

Quiero volver a Laura Cuicocha que no tiene que ver nada con los cuyes. El día del que quiero hablarte ella había soñado que un cóndor peleaba con un toro, El cóndor de aire, el toro de tierra. En su sueño el toro era enemigo de los pueblos del lago y en las noches llegaba con sus cuernos de luna a matar al ganado. El cóndor vivia en las cumbres y era adorado por los antepasados de Laura y en su sueño bajó en un vuelo majestuoso y aunque el toro le hirió los arpones de sus patas, el cóndor lo levantó sobre el suelo y lo dejó caer en el lago para que se hundiera hasta el volcán.


Ese sueño la tenía inquieta ¿Por qué soñaré esto? Se preguntaba. Estaba llegando la tarde y Laura estaba sentada a la orilla de la laguna, mirando su rostro indio en el espejo del agua. Escuchaba el sonido de una flauta y soñaba que era mayor y tenía grandes cosas que hacer.


El cielo de algodón tenía la forma de una colonia de colibríes detenidos en su vuelo increíble. Escucho que las nubes piaban y el tiempo regresó, quiero decir que dió un salto y Laura se vio a sí misma naciendo, como si fuera madre e hija a la vez y entonces un pensamiento en forma de pregunta se apoderó de ella ¿Qué quieres que sea tu hija? ¿Qué quieres ser? ¿Qué quieres de ella? ¿Qué quieres ser? y le pareció que bajaba el cóndor y la traía de nuevo a esta edad de hoy, acariciada por sus plumas fuertes y largas.

Respiró hondo ¡Qué cosas tan raras me pasan! y se tomó sus trenzas de colores, pero la pregunta estaba ahí ¿Qué ser magnífico quiero ser en mi vida? ¿Qué haré por mi tribu, por este lago, por el mundo, los colibríes, los niños, los mayores, los cuyes y los toros de media luna?


Y tuvo conciencia de ser especial y eso no era incompatible con su caja de colores, sus muñecas, sus aretes de piedras brillantes. También podía ser especial siendo niña y eso la hizo sonreir y darse cuenta de que su elección era ser feliz y hacer cosas importantes, empezando por aprender en su escuela.

Todo eso ocurría allí a la orilla del Cuicocha, frente a las burbujas del volcán sumergido, bajo la sombra de un cóndor lejano, mientras su abuela miraba desde la ventana de la cabaña y su madre regresaba de los campos de maíz.

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