domingo, 12 de julio de 2009

La mirada de Laurita Barraguer


Lo que podemos asegurar es que Laurita Barraguer calzaba un 35 de pie, que era alta como una espiga, bonita como una flor, de intensa mirada de campos profundos y tiempos de siembra. Lo que no sabemos es lo que ve cuando mira.

¿Y podemos saberlo de alguien? Este escritor de cuentos no está muy seguro, este cuentista, este cuentero, cuentacuentos, sólo puede asegurar lo que ve, por eso quiero referirme a Laurita Barraguer, porque un día se percató que cuando miraba la pared pintada de mariposas, no sólo veía a las mariposas, veía también el campo lleno de flores, el camino que salía desde el parterre, la casa al fondo, las muñecas que hablaban, la cocina llena de paltas preparadas para ser servidas y con la visión llegaban los olores y con los olores el corazón se le expandía.

- Mamá -le dijo un día a su mamá -Yo no veo lo mismo que tú ves cuando miramos la misma cosa.
- ¿Cómo es eso? -le preguntó su madre
- No sé como es, mamá, solo sé que es
- ¿Y que ves que yo no veo?
- Por ejemplo, al mirar por la ventana tu ves la casa de enfrente y yo veo peces que abren sus boca en forma de "o" y que se hacen guiños y me invitan. Peces de muchos colores que nadan en un lago que es la casa.


- No me explico -dijo su madre
- Ahí quería llegar, que debes darte cuenta que soy diferente, que veo otras cosas y por eso no soy igual que tú.

No es fácil aceptar que nuestros hijos son diferentes, pensó la madre, pero un día llega que hay que aceptarlo. Lo que no tenía previsto Amanda Barraguer es que ese día iba a llegar cuando su hija sólo tuviera 6 años.

- Habla con D. Juan Soriano -le dijo la madre -a lo mejor él puede explicarte que es eso que te pasa.

Laurita Barraguer fue a hablar con don Juan Soriano, que ahora no tengo tiempo de contar quien es, convengamos que era un estudioso de los procesos del pensar y del ser y creerse diferente. Hablaron largo rato. El Sr. Soriano le hizo diversas pruebas de visión y se percató, que efectivamente Laurita no sólo veía imagenes, sino colores de fondo que daban lugar a las imágenes, historias detrás de las imágenes, conexiones con el pensamiento de los objetos de las imágenes, por ejemplo cuando miraba una casa podía ver cómo la casa lamentaba su estado de conservación, que no la cuidaran, que la pisaran con los zapatos sucios, que fumaran dentro de ella.


- ¿Qué va a hacer con este poder, señorita? -le preguntó
- No sé -respondió Laurita
- Pues tienes que pensarlo, tienes que decidir, cuando tenemos un poder debemos usarlo, hacernos cargo de él ¿Quisieras que otros supieran lo que tu ves?
- Desde luego -respondió ella.
- Entonces tienes que contarlo y la mejor forma de contarlo es escribirlo y publicar lo que escribas, escribir libros, publicar blogs, hacer carteles, repartir direcciones de internet.

Laura Barraguer salió decidida de esa entrevista que debía empezar a escribir cuanto antes. Llenar su Cuaderno de Secretos con todo lo que iba descubriendo: el color del agua cuando tenía sed, muy distinto al de cuando no la tenía, la tristeza de las hojas de otoño cuando el viento las separaba de las otras hojas secas con las que conversaban en las tardes y bebían gotas de lluvía con sabor a te de canela.


Se dio cuenta que era urgente que su mirada no fuese secreta, sino compartida, porque ser diferente no significaba ser aislada, sino compartir la diferencia con otros. Eso la puso contenta, muy contenta. Incluso pensó que en vez de que la llamase su abuelo la princesa enojada tenía que conseguir que la llamase la princesa sonriente.

Se rió de pensarlo. En eso un pájaro cruzó delante de ella y su dichosa mirada vio que dentro del pájaro había una jaula y dentro de la jaula un sueño y dentro del sueño un niño y dentro del niño un sueño y dentro del sueño una princesa sonriente y dentro de la princesa sonriente otro sueño y dentro de ese sueño estaba el amor, que aunque otros no lo sepan tiene los mismos ojos, los mismitos ojos de Laura.